Lo mejor del Planeta Extraño

PODRIAN LOS DINOSAURIOS AVANZADOS GOBERNAR OTROS PLANETAS?/COULD ADVANCED DINOSAURS RULE OTHER PLANETS?

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  From The American Chemical Society Traducción Eduardo Ink (Loxley) Los T-Rex gobernando los mundos? Una nueva investigación científica plantea la posibilidad de que versiones avanzadas de T.rex y otros dinosaurios, criaturas monstruosas con la inteligencia y la astucia de los humanos, puedan ser las formas de vida que evolucionaron en otros planetas del universo. “Sería mejor que no los cumpliéramos”, concluye el estudio, que aparece en el Journal of the American Chemical Society.

QUE MAL ESTA TODO...AHORA DUDAMOS DE QUIEN ES EL CREADOR DEL MUNDO?

 Jamás, ni en nuestras peores pesadillas hubieranos tenido tamaña duda acerca de la Creación, y no és que seamos ateos ni nada de eso; estamos en los medios y consumimos información, y cierta infomación nos crea la duda planteada por historiadores acerca de la identidad de...Dios.


Un Dios irascible, cruel y vengativo, en el Viejo Testamento y un Dios "amoroso" y amante de su rebaño en el Nuevo. Quien és Dios?, es pecado hacernos esta pregunta?, sólo queremos saber!.

La Biblia son 61 libros todos escritos en épocas distintas de la humanidad, ningún evangelio se escribió al "mismo tiempo" en que se desarrollaron los hechos, entonces?, obviamente habría un margen de credibilidad digamos...no muy grande.

Y porque?...pues bien; porque en todos los tiempos, sociedades y situaciones siempre hubo "intereses creados", paradigmas irrefutables é ideologías adversas; es por ello que el Vaticano cercenó los Apócrifos tratando de condenarlos (vanamente) al olvido porque (aparentemente) dicen la verdad. (Redacción)



El estudioso de las religiones
Reza Aslan publica 'Dios, una historia humana', su más ambicioso ensayo sobre la historia de la divinidad, del que a continuación extraemos algunos párrafos.

En el año 586 a.C., el rey Nabucodonosor II, soberano del poderoso Imperio babilónico y representante en la tierra del dios supremo Marduk, rey de los dioses, abatió las murallas de Jerusalén, saqueó la capital del reino de Israel y redujo a cenizas el templo de los judíos. Miles de sus habitantes fueron pasados a cuchillo, y los pocos que sobrevivieron —sobre todo la élite culta, los sacerdotes, los militares y la realeza— fueron enviados al exilio en un claro intento de acabar con Israel como nación. Y si Israel dejaba de existir, lo mismo le ocurriría a su dios, Yahvé.

En el Oriente Próximo antiguo, una tribu y su dios se consideraban una sola entidad, unidos por un pacto en virtud del cual la tribu cuidaba del dios ofreciéndole culto y sacrificios, y este devolvía el favor protegiéndola de todo daño, ya fueran inundaciones, hambrunas o, en la mayoría de los casos, tribus extranjeras y sus dioses. De hecho, la guerra en el Oriente Próximo antiguo no se consideraba tanto una lucha entre ejércitos como una contienda entre dioses. Los babilonios conquistaron Israel no en el nombre de Nabucodonosor, su rey, sino en el de Marduk, su dios. Creían que este peleaba en el campo de batalla a favor de los babilonios y conforme a la alianza que Marduk había suscrito con Nabucodonosor.

Los israelitas tenían el mismo pacto con su dios. Yahvé era el señor de Israel, y por lo tanto le correspondía a él defenderlos. Las sangrientas batallas entre los israelitas y sus enemigos, que ocupan gran parte de los primeros libros de la Biblia, se presentaban explícitamente como una lucha entre Yahvé y los dioses extranjeros. De hecho, este se encargaba a menudo de planear, dirigir y ejecutar las batallas en nombre de Israel.


 
«David consultó entonces al Señor: “¿Puedo subir contra los filisteos? ¿Los entregarás en mi mano?”. El Señor respondió: “[…] No subas, haz un rodeo y los alcanzarás frente a las moreras”» (2 Samuel 5, 19-23).

Para muchos israelitas, la destrucción de su templo, la Casa de Yahvé, suponía algo más que el fin de sus ambiciones nacionales. Era el fin de su religión. Privados de los ritos y rituales que constituían la base de su devoción religiosa y, por lo tanto, de su propia identidad como pueblo, no tenían más remedio que rendirse a la nueva realidad. Adoptaron nombres babilónicos, estudiaron las escrituras babilónicas y comenzaron a adorar a los dioses babilónicos.

Primera aparición

El dios que acabaría llamándose Yahvé hizo su primera aparición, en forma de zarza ardiente, en algún lugar del desierto pedregoso del noreste del Sinaí. «Este es mi nombre para siempre —le dice Yahvé al profeta Moisés—, y así me llamaréis de generación en generación» (Éxodo 3, 15).

Moisés se encuentra en este desierto baldío, dice la Biblia, porque huye de la ira del faraón. Según el libro del Éxodo, los israelitas que, unas pocas generaciones antes, habían seguido a los descendientes del patriarca Abrahán a la tierra de Egipto se habían vuelto tan numerosos y poderosos que fueron despojados de su riqueza y libertad y forzados a la esclavitud. Tan temidos eran en Egipto que el faraón en persona ordenó que ahogaran en el Nilo a todos los israelitas recién nacidos.

Moisés condujo su rebaño más allá del desierto, hasta "la montaña de Dios". Allí, una deidad misteriosa se le presentó como Yahvé

 

El lugar exacto es imposible de identificar. En el Éxodo parece claro que «la montaña de Dios» está en el noreste del Sinaí. Pero en el Deuteronomio y en otras partes de la Biblia, la montaña donde Moisés se encuentra con Yahvé


se halla cerca de Seir, en el sur de Transjordania. Es difícil saber lo que la Biblia quiere decir con «la tierra de Madián». Por lo que sabemos, los madianitas eran un conjunto más o menos unido de individuos de origen no semita que habitaban en el desierto y cuyo centro geográfico estaba en el noroeste de Arabia, y no en la península del Sinaí ni en Transjordania. De hecho, hay tanta confusión y tantas contradicciones en la historia de Moisés —su suegro se llama Reuel en el Éxodo (2, 18), y Jetró al cabo de unos pocos versículos (Éxodo 3, 1)— que a los historiadores les resulta muy difícil verle el sentido.

Los orígenes de Yahvé son un enigma. El nombre no aparece en ninguna de las listas de dioses del Oriente Próximo antiguo, una omisión rarísima

Dos deidades distintas

Los especialistas en la materia saben desde hace siglos que en la Biblia los israelitas adoran a dos deidades distintas, cada una con un nombre diferente, unos orígenes diferentes y unos rasgos diferentes. El Pentateuco —los cinco primeros libros de la Biblia (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio)— en realidad es un cosido de varias fuentes que se llevó a cabo a lo largo de cientos de años. Si nos fijamos bien, de vez en cuando podemos ver las costuras en el lugar donde se juntan dos o más tradiciones distintas. Existen, por ejemplo, dos relatos de la creación independientes, escritos por dos manos diferentes: en el capítulo 1 del Génesis, Dios crea al hombre y a la mujer juntos y al mismo tiempo, mientras que en el capítulo 2, encontramos la historia mucho más popular de Adán y Eva, en la que Eva sale de la costilla de Adán. También existen dos relatos distintos del diluvio, aunque a diferencia de los dos de la creación, se entrelazan en una historia única, si bien contradictoria, en la que el diluvio dura cuarenta días (Génesis 7, 17) o ciento cincuenta (Génesis 7, 24); los animales se suben en el arca en grupos de siete parejas de machos y hembras (Génesis 7, 2) o solo una pareja de cada (Génesis 6, 19); y el diluvio comienza siete días después de que Noé entre al arca (Génesis 7, 10) o inmediatamente después de que se


embarque con su familia (Génesis , 11-13).

Aunque no sabemos casi nada sobre los orígenes de Yahvé, El es una de las deidades mejor documentadas del Oriente Próximo antiguo

 

El era una deidad apacible, distante y paternal, representada de manera tradicional como un rey barbudo o en forma de toro o ternero, y dios supremo de Canaán. También se le designaba como el Hacedor de todas las Criaturas y el Anciano de los Días, era uno de los principales dioses de la fertilidad del país. Pero su papel principal era el de rey celestial que actuaba como padre y protector de los reyes terrenales de Canaán. Sentado en su trono celeste, El presidía la asamblea de los dioses cananeos, en la que figuraban Asera, la diosa madre y consorte de El; Baal, el joven dios de la tormenta, cuyo epíteto era el de Jinete de las Nubes; Anat, la deidad guerrera; Astarté, también llamada Ishtar; y multitud de divinidades inferiores.

 

El también fue, sin duda, el dios original de Israel. De hecho, la misma palabra «Israel» significa «El persevera».

 

Los primeros israelitas adoraban a El con muchos nombres: El Shaddai o El de las Montañas (Génesis 17, 1); El Olam o El Eterno (Génesis 21, 33); El Roy o El que ve
(Génesis 16, 13); y El Elyon o El Altísimo (Génesis 14, 18-24), entre otros. Y si bien puede parecer incongruente que los israelitas que vivían en Canaán adoptaran como propio y con tanto entusiasmo un dios cananeo, lo cierto es que la influencia de la teología de Canaán es muy profunda en la Biblia; tan profunda, de hecho, que no siempre es tan fácil trazar una clara distinción étnica, cultural o incluso religiosa entre los cananeos y los israelitas; desde luego, no por lo que se refiere a los inicios de la historia de Israel (c. 1200-1000 a. e. c.).


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